Todos quedaron llenos del Espíritu Santo

Es el esplendor de la verdad y de la vida.
Al acercarnos al evangelio de Jesús tenemos que respirar ese aire de libertad.
Nuestra historia de creyentes no será entonces una crónica de obediencias, sino una historia real y creadora, una presencia libre y real entre las cosas, con un corazón que respira cielo.
El Espíritu es nuestra fortaleza cuando nos fiamos de la ley de la cruz, cuando descubrimos la belleza de nuestra entrega en la trama de los días, cuando sentimos el valor de vigilar la fragilidad de la paz, cuando miramos lejos, más allá de las apariencias.
Sumérgeme, Señor -como reza el canto- en el río de tu Espíritu, necesito refrescar este seco corazón, sediento de ti. Luché como soldado y a veces sufrí, y aunque la lucha he ganado, mi armadura he desgastado, vengo a ti. Sumérgeme…

SDB Aquilino Libralón, párroco de Portachuelo
MENSAJE PARROQUIAL
Mientras los bendecía, fue llevado al cielo.

La última imagen del Evangelio que Lucas nos deja es la imagen de un Jesús que “levantando sus manos, los bendijo”. Bendijo a sus discípulos. A nosotros, que le pertenecemos.
Una bendición que significa vida, paz, comunión con él. Una bendición que desciende sobre nuestras crisis y enfermedades, sobre nuestros anhelos y heridas, sobre nuestros buenos propósitos.
Jesús vuelve al cielo, luego de cumplir con su misión aquí en la tierra, bendiciendo
No juzgando, mucho menos condenando.
Y los discípulos tienen que volver a partir, a comenzar como testigos de cosas increíbles.
La nueva frontera serán los caminos de la historia, los confines del mundo.
Con la fuerza de su bendición, con tal que la acojamos; ya que el don es don sólo desde el momento en que uno lo acoge, lo hace suyo.


Panorámicas de Güendá y misa celebrada con los comunarios de La Cancha. Ilustran la actividad pastoral de la parroquia en las comunidades campesinas de la provincia Sara.








El hombre, morada de Dios.
Durante siglos Dios ha buscado a un pueblo y profetas, reyes y mendigos, para habitar en nuestra historia. En la plenitud de los tiempos una muchacha, María de Nazaret, le dio nuestra carne y nuestra sangre. Toda la Biblia nos habla de la pasión de Dios por entrar en comunión con sus criaturas.
Tal vez no tengo más para ofrecerle que un techito de motacú, no virtudes ni méritos especiales, pero sé que Él desea ardientemente que le abra el corazón: Sin su presencia la casa queda vacía, pese a todos los adornos y recuerdos que cuelgan de las paredes. El nos salva de una vida sin corazón, de palabras y acciones que no son más que máscaras, tan frecuentes en la actualidad.
Ilumina, Señor, con tu presencia, mi cielo, mis días, los rostros de mi vida.

SDB Aquilino Libralón, párroco de Portachuelo